Monday, October 17, 2011

El Cine Coral


En la mayoría de las películas, vemos el mundo a través de un protagonista.
Es su mirada quien nos presenta sus relaciones, su vida y el drama por el que esa historia merece ser narrada.


El espectador queda atrapado inmediatamente, porque él mismo se considera el protagonista de su existencia.
Como ese héroe de la pantalla, el espectador tiene sus fieles amigos, sus amores imposibles y sus eternos villanos.


La excepción a esta generalidad se llama "drama coral".
Múltiples voces se entrelazan, y no se puede deducir quién es el auténtico protagonista. Lo son todos, y a la vez, no lo es ninguno.


En el cine, el drama coral empezó relativamente tarde, pero arraigó con fuerza.


Como reclamo comercial, se presenta como un plato combinado, un encuentro deportivo all-star, una concentración de glamour.
La primera gloria del cine coral hollywoodiense se llamó "Grand Hotel" (1932).


Hasta entonces, los productores preferían no acumular a sus estrellas. Como mucho, dos por título.
"Grand Hotel" venía a presentar cinco estrellas de la Metro-Goldwyn Mayer.
Se servía de un recurso clásico del drama coral: la fugacidad de la estancia hotelera.


El resultado de la operación fue uno de los taquillazos de los años treinta.


Se inauguraba la tradición de la película all-star como argucia de superproducción.
Con gran cantidad de actores de renombre en nómina, la cosa daba pinta de lujosa y prometedora.


Ante la crisis de público que Hollywood arrastraba a finales de los sesenta, quiso darse vida con películas pobladísimas.
Entre ellas, producciones como "It's a Mad, Mad, Mad World" o "Asesinato en el Orient Express".


Y, sobre todo, el cine de catástrofes, que contaba tragedias naturales con unos inacabables repartos de actores de varias generaciones.


En la misma época, las series de televisión se confirmaban como el definitivo triunfo de la coralidad.
Con un reparto bien nutrido, se diversifica ambientes, se huye del agotamiento y se evita que la producción se subordine a un único actor protagonista.


En cualquier caso, estos productos all-star no representan el mejor ejemplo de un buen drama coral.
No retratan comunidades ni espíritus sociales; sólo se limitan a acumular melodramas, entrecruzarlos y solventarlos con el nivel acomodaticio acostumbrado.


Robert Altman fue la voz contestona. Sus películas son dramas corales hasta las últimas consecuencias.


Ya sean festivales country, bodorrios o mansiones aristócraticas, Altman pretende contar la verdadera cotidianeidad: un vaivén de gente que habla mucho, se mueve rápido y cuyos nombres y parentescos se cazan al vuelo.


El altmanismo ofrece socarrones frescos de la sociedad, donde se parodia al grupo humano en sus descomunales miserias y sus pequeñas grandezas.


En 1994, "Short Cuts" se afianzaba como la película en la que mirarse.
Adaptaba diversos relatos de Raymond Carver, integrándolos en un día de calor en Los Ángeles.


Cinco años después, "Magnolia", firmada por Paul Thomas Anderson, se hacía reivindicación fin de siglo del drama coral.
Funciona como una réplica/homenaje de "Short Cuts", pero sustituye la ironía altmaniana por un tono existencialista sombrío.


A su vez, venía a refrendar el drama coral como el espejo en que la televisión se refleja.
Es obvio que muchas series posteriores han cimentado sus episodios pilotos en la estructura y realización de "Magnolia".


Hoy el cine coral sigue dos corrientes. Por un lado, continúa siendo la manera de atiborrar la pantalla.
Por ejemplo, las ubicuas películas de superhéroes.


La anticipada "The Avengers", que reúne a personajes de varios cómics en uno, podría ser el "Grand Hotel" de nuestros tiempos.
Eso sí, sin el aval de la novedad.


Por otro lado, la coralidad es socorrida para registrar el auténtico pulso de la vida urbana.
El vaivén que nos contaba Altman es aún más profundo en el universo de la gran ciudad.


Si el drama individual presenta al ser humano como protagonista y luchador de su existencia, el drama coral lo mira como una insignificante hormiga en un tragicómico panal.


Es, por tanto, una narrativa entomológica, quizá muy clarividente de lo que realmente somos.

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