Monday, October 31, 2011

A Little Rant About Starbucks

I like Starbucks. But man oh man, the stuff in this video rings very true.

Lo Pésimo


Como contrapartida a las bondades de entretenimiento y arte, el cine malo irrumpe como una pretensión comercial, derivativa, a veces descarada, otras como una simple muestra de incapacidad.
El cine malo abunda más que el bueno y se extiende por las pantallas de todos los países. Basta mirar el catálogo de las cosas que se han hecho en estos terrenos para darse cuenta de que no toda expresión humana es hermosa.


El desastre suele suceder porque los agentes involucrados tienen una flagrante falta de talento, y bien podrían dedicarse a vender calcetines.
También puede venir de lo absurdo de la propuesta, de su cáracter imitativo de productos exitosos o del ínfimo presupuesto con el que se cuente.


Aún así, para que una obra cinematográfica o televisiva sea una mierda, sólo necesita una cosa: que el guión sea malo. No hay película buena que esté mal escrita.
Es imposible que trascienda su falta de ritmo ni su inverosimilitud ni el desafine de lo que está contando.


Por tanto, los productos basurescos nacen así.
Pueden perjudicarse notablemente a sí mismos por otros factores, pero la clave está en el mismo principio, en el planteamiento.


El cine malo no es ninguna novedad.
El cáracter industrial del séptimo arte podría explicar la cantidad de basura que se produjo, se produce y se producirá.


Si la cosa empieza mal, terminará peor. Normalmente, las películas muy malas se dan de bruces en su estreno en salas, y el público querrá olvidarlas.
Pero, oh, mundo, cómo han cambiado las cosas. ¿Puede lo malo ser vendible?
Entre una audiencia que ha descubierto la vergüenza ajena como placer genuino, las películas malas se convierten hasta en codiciado objeto de colección.


Melodramas patéticos, comedias que no hacen gracia, terrores desternillantes, lo realmente pésimo ha encontrado un nicho inaudito: el valor camp, completamente ajeno a su concepción y atribuido en retrospectiva.
Encontrarle el punto a lo que nunca lo tuvo es la clave de la adoración por el trash.


Muchos directores de altos vuelos han confesado su admiración por la basura de otros, y hasta se deciden a copiar sus imágenes y recursos.


La primera película de Hollywood que se vendió como mala se llamó "La Leyenda de Lylah Clare", dirigida por Robert Aldrich en 1968.


Un proyecto personal de un cineasta tan talentoso como rabioso acabó siendo un desastre de proporciones épicas.
Lo tenía todo para ser una gran película, pero el resultado es una caca fascinante, que provoca estupor, aburrimiento y sensación de nula elegancia.


Ante el resultado, los productores sólo pudieron lanzarla como puro trash.
El público de entonces no estuvo dispuesto a pagar por un producto anunciadamente maldito, y la película fue un fracaso comercial.


La década siguiente vería el florecimiento del trash, entre películas malas y otras que lo parecían, pero nunca lo fueron.


La liberación sexual encontraba su aderezo en los títulos explotativos, donde se combinaba erotismo, violencia y derribo.


En la década de los ochenta, nacían los premios Razzies, para coronar lo peor de Hollywood, mientras muchos historiadores y críticos de cine se prestaban a elaborar listas de los mayores bodrios del celuloide.


"Ed Wood", de Tim Burton, defendió lo malo como garantía de encanto, recuperando la figura del más patético wannabe de la Historia del Cine.
En 1994, títulos como "Plan 9 From Outer Space" o "Glen or Glenda?" conocían una vida insólita.


No eran más que unas horribles y aburridas pérdidas de tiempo.
Porque las películas malas pueden despertar pasiones, pero nuestra necesidad de vergüenza ajena se sacia muchísimo antes de que se acaben.


Ni siquiera sus devoradores están dispuestos a pagar una entrada por verlo.
Una película titulada "Worst Movie Ever!" se estrenaba este año. El resultado, 12 dólares de recaudación. Es decir, un espectador.
Las cosas no han cambiado tanto desde los tiempos de "La Leyenda de Lylah Clare", especialmente cuando el monedero entra en juego.


En cualquier caso, el cine malo nacido de la imposibilidad es inofensivo.
El realmente atroz es el que viste su hedor con oro y anticipación, despertando una inexplicable pasión entre el público.
Es la vieja pregunta. ¿Se trata a los espectadores como imbéciles o realmente lo son?


Quién sabe.
Normalmente, el espectador opta por contarse la película a sí mismo, la reinventa y le concede valores que no posee.
Es donde también se inmiscuye lo pretencioso y donde comienza el reinado del todo vale.


Quizá, el cine ya no tenga porqué contar historias, ni ser bueno, ni especialmente artístico; sólo propiciar sensaciones, del grado y naturaleza que sean.

Friday, October 28, 2011

El Soldado y La Muerte


En un viejo cuento ruso, un soldado atrapaba a la Muerte.
La vio a la cabecera de su cama y la introdujo en su saco mágico, aquel que había ganado en el camino de la miseria a la prosperidad.
Con la Muerte dentro, el soldado llevó el saco al bosque y lo colgó de un árbol.


Sin la Muerte, el mundo se hizo viejo, y los decrépitos vagaban en círculos por las plazas, mientras miraban suplicantes al soldado.
Éste comprendió lo que había hecho, y corrió al bosque. Descolgó el saco y preguntó:
- Muerte, ¿estás viva?


Sin duda, la Muerte es el peor tema de conversación.
Nadie quiere hablar de ella, ni quiere saber mucho sobre sus detalles y, desde luego, no desea recibir su visita.


Pero ya lo decía el cuento ruso. Hay que morirse.


Así se escriben los cuentos, así nos lo contaron.
La Muerte es la cara opuesta de la Vida, no pueden existir una sin la otra. Que la espichemos mañana da sentido a que respiremos hoy.


Los vampiros, los cylons, todos los inmortales la codician.
Cuando miran a los mortales, extrañan el carácter pasajero de la existencia. Esa brevedad que la hace más poderosa que sí misma.


Son cuentos. Nosotros lo daríamos todo por ser inmortales, por tener más tiempo, por elegir la manera de morir.
O por asegurarnos una vida a la altura de tan irrebatible final.


Pacientes o dolientes, alegres o tristes, la Parca aparecerá al cabecero de la cama y no habrá soldado que la secuestre.


El mundo se autogestiona con la Muerte. Si se detuviesen los fallecimientos, habría tal colapso, que la actual crisis sería un chiste en comparación.
Como todos los seres vivos, que unos perezcan significa que puedan desarrollarse otros.
Como los únicos del Universo, clamamos por una trascendencia frente al orden natural de las cosas.


¿Habrá luz u oscuridad? Hasta los que creen ciegamente en la Gloria, lloran, se visten de negro y prefieren morirse más bien poco.
Sólo los locos y los que sienten un sufrimiento inasumible contemplan la idea de tirarse al vacío y aplacar la Vida con la Muerte.


La Muerte se folla a la Vida, decía una memorable escena de "Six Feet Under".
Esa serie es uno de los pocos retratos de ficción contemporánea que han dicho cosas inteligentes sobre nuestra difícil relación con el mundo tumba.


En la mayoría de las películas y series, los muertos caen como piezas del daño colateral y las demandas del guión. Quizá, frivolizarla es una manera de no pensar en su terror.
Mi abuela se asustaba cuando veía morir a tanto extra en la televisión. ¡Cómo estará la familia!, se preguntaba en voz alta.


La Muerte da rabia. ¡Mira que morirse!, decía cierta vieja en todos los velatorios, como si el muerto lo hubiese hecho adrede.
Otros prefieren pensar que la gente nunca se va. Sus almas y sus presencias nos rodean, especialmente si hay cuentas pendientes de por medio.
Yo no creo en esas cosas, pero amo las buenas historias con espectro.


Lloro con el momento final de cada episodio de "Cold Case", cuando el fantasma del asesinado hace acto de aparición. Irrumpe feliz, hermoso, en paz, contento de que se haya hecho justicia con lo que le ocurrió.
¿Es la ficción la que mejor alivia el luto propio y ajeno?


La religión calma la angustia ante su llegada. La ciencia la retrasa, la envía de vacaciones.
Pero jugar a Dios tiene sus víctimas, bien lo sabía el soldado. Muchos viejos andan dementes, sin memoria, como si ya no estuvieran aquí.
Pidiéndole al soldado que desate a la Muerte de su encierro.


El Universo no es cruel, dicen los expertos, sólo indiferente. Su enormidad escapa a cualquier razonamiento humano, pero aún así, nos creemos más que hormigas.


Construimos edificios que desafían la imaginación, viajamos a la Luna, la besamos y volvimos a casa.
Creamos cosas hermosas, amamos a nuestros padres, a nuestros hijos y a las personas equivocadas.
Fuimos a la guerra, lloramos, gritamos, clamamos justicia, sufrimos y seguimos viviendo.
¿Toda esa belleza se termina con un fundido a negro, previo putrefacción?


Cenizas a las cenizas, polvo al polvo.


El soldado del cuento la atrapó, quizá porque la había visto antes. En los campos de batalla, en las tumbas de sus compañeros, en las páginas de la epidemia y en los versos de la injusticia.


Sin guerra, no hay paz, dicen los cuentos. Y sin muerte, no hay vida.
Mejor vivimos. Nos emborrachamos, nos disfrazamos en Halloween, hacemos el amor y cambiamos de tema.

Natalia Siwiec, Natasha Henstridge, Nicole Trunfio, Nika Lauraitis, Nikki Sanderson, Noot Seear, Olga Serova

Natalia Siwiec
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Natasha Henstridge
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Nicole Trunfio
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Nika Lauraitis
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Nikki Sanderson
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Noot Seear
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Olga Serova
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