Monday, December 5, 2011

Los Mil Pecados del Cine Español


Generalizar es pecar. Pero nadie duda de que el cine español navega a la deriva, gusta poco y convence menos.
La producción fílmica de este país se revela cada vez más anecdótica, consecuencia de sus deudas históricas y sus ruinas actuales.


Genuina víctima de la globalización, muñeco gastado entre pocas manos, diana de críticas inmisericordes, objeto ignorado de públicos reticentes, ¿dónde está el problema?


La cinematografía ibérica está en crisis, como todo ahora. Sin embargo, la grave situación empezó tiempo antes del colapso general.
Hace unos años, oí un discurso que recordaba que el cine español había conocido días problemáticos y, aún así, esas épocas habían alumbrado obras como "Plácido", "Viridiana" o "Mujeres Al Borde de Un Ataque de Nervios".


En realidad, ese dato evidencia que el cine español siempre ha malvivido a la expectativa de las sorpresas.
De ese modo, ha primado más ganar hoy que asegurar para mañana.


De manera tradicional, se ha dicho que al espectador español no le gusta su propio cine.


Ese nuevo pecado de generalización es fruto de una inevitable comparación.
Más allá de los Pirineos, los franceses se dejan los ojos en sus propias películas, logrando una cuota de pantalla inaudita por estos pagos.


Pero no es cosa española que la gente prefiera morir por "Breaking Dawn" antes que por "Cinco Metros Cuadrados".
Aquí sucede lo mismo que en cualquier otro lugar del mundo.


La sombra de Hollywood, maquinaria dominante y adobada de dólares, se impone sobre cualquier otra pretensión cinematográfica, en función de monopolio, presión y avasallantes promociones.
Ya dijimos que el espectador es vago y adicto a la buena factura. Y el cine norteamericano es perfecto para esas dos características.


Desde mediados de los años cincuenta, ciertas voces sensatas y grandes mentes creativas quisieron proteger el cine español, persiguiendo dos cosas: que sobreviviese y que fuese digno.


Los institutos de cinematografía y las entidades culturales alumbraron las piezas claves del legado fílmico hispano y permitieron que toda una generación de talentos pudiera trabajar.
Al menos, dentro de los humildes parámetros con los que se contaba.


Las leyes proteccionistas en torno al cine español fueron fructíferas hasta hace relativamente poco.
Ahora son contraproducentes, porque su desarrollo está bastardeado.


Acaparar una subvención es la cosa más fácil del mundo para productoras establecidas.
Aunque sus películas sean una sucesión de infortunios en todos los sentidos, nadie es capaz de negarles que las sigan haciendo.


El cine se convierte en un asunto de dos ó tres, que viven del cuento, de sus amistades y de las mierdas que producen.
El nombre se impone, el resultado no importa, la ambición se adormece, la calidad muere.


Como el cine patrio es considerado un bien cultural, sus cosas pasan por un Ministerio.
En los últimos años, ha estado detentado por la simpar Ángeles González-Sinde, una guionista y directora devenida en villana de telenovela, por obra y gracia de una impopular medida antidescargas.


Una crisis de público tan grave no se soluciona con una postura censora, poco intuitiva y nada dialogante en torno a las actividades internaúticas de esa misma generación que debería aprehender.


La Sinde, voz de su amo, aspiraba a cumplir con la agenda que le dictaban desde Hollywood y presionaban desde la Sociedad General de Autores.
La Ley Sinde es un tren colisionado contra sí mismo desde el primer día, nacido de esa confusión de que la piratería tiene la culpa de todo. En realidad, es sólo un síntoma.


El escenario de la última entrega de los Premios Goya fue paradigma de lo que ocurre, cuando la lucha mediática de González-Sinde con Álex de la Iglesia se imponía sobre las películas.
De nuevo, la controversia de nombres propios intentaba ocultar la realidad de que casi nadie había visto los títulos nominados.


La Sinde, sentada en la platea con cara de infame, dejaba claro que, bajo su mandato, la mejor película realizada ha sido ella misma.


Ella se medía las uñas, mientras el cine que tutelaba ha perdido la garra.
Ahora muchas películas españolas se antojan demasiado bobas, pijas, de gran ciudad.
Para poder hacerlas, para profesionalizarse en el medio audiovisual, hay que tener dinero y posibles como backup vital.
De tal modo, como son ricos y sanos, sus creadores y guionistas no tienen nada interesante que contar.


Quizá por ello, todo sale tan superficial, tan cuerdo, tan políticamente correcto, tan poco disparatado.


Generalizar es pecar, sí.
Siguen produciéndose buenas películas. Y el porcentaje de obras malas o tontas no sobrepasan las que se hacen en otras cinematografías.
Pero está claro que hasta los mejores títulos españoles están viviendo en alarmantes márgenes. A veces, van firmadas por esos buenos directores que desaparecen para no volver o regresan después de demasiados años de silencio.


Por su parte, la muerte de tantos padres indispensables no ha encontrado recambio, mientras las deudas artísticas se hacen mayores.
Parece un hecho que un genio vivo como Víctor Erice nunca volverá a ponerse detrás de las cámaras.


No hace falta irse tan lejos.
Una comedia como "Lo Contrario Al Amor" pudo tener más suerte. Simplemente, porque poseía un cartel suculento para cualquier espectador sugestionable.


De manera inexplicable, la película fue estrenada en pleno agosto, lo que no significa más que garantizarle la muerte.
Para colmo de males, dos semanas después, se estrenaba "La Piel Que Habito", que la eclipsó por completo.


A propósito de Almodóvar, sus películas son casi las únicas que suscitan curiosidad, discusión y fanatismo y, pese a sus limitaciones, despliegan un auténtico empaque cinematográfico.
Aún así, que el cine español haya de vivir de dos ó tres nombres es la misma ridícula tirita para curar la imperial metástasis.


¿Dónde está la solución?
La clave no está en la película, sino hacerla imprescindible.


Si el cine español se mirase a sí mismo, vería que sus mayores éxitos lo han sido por vestirse de necesarios.
Son las películas que hay que ver, independientemente de su resultado.
Saber vender un film - arte que Hollywood ha dominado toda la vida - es lo que debería aprender el cine español si aspira a seguir nadando.


Podríamos pensar también que necesita librarse de advenedizos y doñas nadies, depurarse, arruinarse por completo, sólo para que pueda renacer. Esta opción anarquista es muy atractiva, pero también utópica.
Los males son malos hasta para caer y desaparecer.


El cine español, con sus valores y defectos, está más cerca de nosotros de lo que queremos creer. Y su ruina no deja de ser sintomática de otras ruinas del mismo país que le ha dado la espalda.


No sé si tendríamos que ver más cine español, pero sí deberíamos saber exigirlo. Mejor y bajo luces más favorecedoras.

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