Tuesday, December 20, 2011

El Mal Exceso de "American Horror Story"


Aporrear las teclas de un piano sin intención de melodía puede resultar transgresor y refrescante durante los primeros minutos.
Sin embargo, tras la locura inicial, los oyentes exigirán que lo tocado alcance un sentido y una emoción. O, al menos, que sea mínimamente escuchable.


"American Horror Story" es un piano aporreado tantas veces, que sólo le falta tirarse a sí mismo por la ventana.
Hace doce semanas, recibíamos la nueva serie de Ryan Murphy con los brazos abiertos, intrigados por ese prometedor giro a la historia de la vieja casa encantada.


Pero "American Horror Story" no es la vuelta de tuerca de "Otra Vuelta de Tuerca".
Es un desaguisado a todos los niveles, que quiere pasar por heredero de Polanski y no llega ni a "Melrose Place".


El exceso ha conocido mejores aventuras. No consiste únicamente en disparatar; se trata de saber hacerlo, a través de una progresión adecuada.
Muchas series lo consiguen.
Sin ir muy lejos, la descabellada, histérica "Nip/Tuck", firmada por el mismo creador, era una locura más convincente, infinitamente mejor construida.


En "American Horror Story", todo está a medio hacer. Así, sus capítulos suelen prometer unas bombas que nunca explotan.
Quizá, porque vienen explotadas desde el principio.


El subtexto de la serie es ínfimo; debajo de argumentos y estéticas, no nos cuenta gran cosa.
En sus primeros episodios, se relataba el dolor de un matrimonio herido por la infidelidad. Una casa sensualmente terrorífica metaforizaba sus angustias de mediana edad.


Pronto, el asunto se evaporó, dejando claro las reglas del juego. Es decir, ninguna regla, todo vale.


A lo largo de esta primera temporada, las incógnitas de la casa encantada se han ido destapando con la garantía de la decepción. Todas resultaban más estimulantes cuando estaban rodeadas de misterio.
Por ejemplo, la identidad del Rubber Man.


La debilidad del guión empezó a manifestarse de manera contundente en el doble episodio de "Halloween", donde la casa se convirtió en una procesión de fantasmas.
Fue cuando la serie comenzó a provocar risa.


En ese "Halloween", también acontecía la muerte del ser más cautivador.
Y ocurría a golpe de accidente fortuito, sin ninguna lógica narrativa o emocional. Murió porque sí, porque el guionista se vistió de Dios y tomó una decisión insondable.


La falta de buena escritura se ha evidenciado también en la pobreza de sus personajes.
Sin riqueza de caracteres, toda serie naufraga. Es una norma insorteable; hasta el más majadero producto televisivo puede sobrevivir si posee seres con carisma.


En "American Horror Story", los personajes son puras marionetas de Ryan Murphy, que hablan como él, gritan, se odian y corren por los pasillos.
No se les conoce, no se les entiende, no importan un pimiento.


Jessica Lange es fantástica, bien lo sabemos, pero su Constance es simplemente una hija de la gran puta.
Todo lo que hace ya no es sorprendente, porque sabemos que es capaz de cualquier cosa.


Pero el mayor jardín en el que se han metido los creadores de "American Horror Story" compete a Tate.


Una durísima matanza de instituto abría el sexto episodio.
Con un tempo no demasiado logrado, la secuencia se tornaba obscena, ilustrándonos cómo una pobre niña a punto de morir se meaba encima.
Al final de ese mismo capítulo, se pretendía vender al súper psicópata como el ángel caído, redimido por amor adolescente.


Hay que ser un genio para desarrollar una idea tan complicada, que convenza al público de que semejante cabronazo merece ser querido.
Cuando el guión es malo y desequilibrado, se convierte en el colmo de la presunción.


Si lo defectuoso de un guión se evidencia en sus rumbos, su vulgaridad se explicita en sus diálogos.
"American Horror Story" no sabe lo que es la sutileza. Los personajes repiten sus sentimientos en voz alta, que se resumen en "I love you" y "I hate you".


El camp se ha adueñado del tono, casi desde el principio. Por un lado, la hace petarda y, a veces, muy simpática.
Por otro, cualquier asomo de elegancia, profundidad o verdadero miedo es imposible.


"Estoy muerta, como la música disco", llega a decir uno de los fantasmas. Qué gracioso, pero qué soberana tontería.


Lo grotesco entra en juego y los personajes se limitan a joderse unos a otros. ¿A qué me suena?
Sí, "American Horror Story" se asemeja a un lujoso programa del corazón; grosero, imbécil, vagamente entretenido.
Tanto chillido que, al final, no se oye nada.


Para calibrar el poco tino general, valga una comparación.
La Connie Britton de "Friday Night Lights" y la Connie Britton de esta serie. La primera es una actriz luminosa incorporando a una mujer de carne y hueso; la segunda, una intérprete desorientada con un personaje vacío.


"American Horror Story" tiene virtudes esporádicas, un diseño de producción muy atractivo y un caparazón de terror y sexo que ha sido la llave de su éxito en primera instancia.
Pero su escasa distinción la condenará, tarde o temprano.


Cuando no se quiere a ir ninguna parte, no se llega a ningún sitio.
Oportunidad genuinamente desaprovechada, "American Horror Story" es la tomadura de pelo del año.

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