Friday, December 16, 2011

El Amor Imposible


Amar es desear el bien ajeno. Se vive como un sentimiento duradero, difícilmente renunciable, que define la bondad humana.
Las personas aman a sus familiares, sus parejas y sus dioses, entregándose a ellos, sin egoísmo, con lealtad.


Nace del instinto de supervivencia, con la necesidad de permanecer juntos, por si acaso mañana no salga el sol y la vida quede a oscuras.
Dicen que cuando una persona quiere, se hace mejor. Aseguran que cuando consigue amar, podrá morir tranquila.


Pero bien sabemos que el mundo no existe para ser justo.
Nació para darnos cobijo, alimentarnos, hacernos caminar a su retorcido través, envilecernos y ponernos trampas.
El azar del mundo ha sido cruel hasta para los sentimientos más sublimes.


Componen las letras de las canciones y cantan las estrofas de los melodramas que no hay amor más grande que aquel que el mundo hizo imposible.


Los masoquistas sentimentales van más allá y aseguran que el único amor real es el imposible.
Esa inviabilidad es lo que definiría su ensordecedora vibración, con garantía de eternidad.


Es el amor que nunca morirá, porque jamás pudo realizarse. Quedó pendiente, permaneció ardiente.
Dos tórtolos no pueden estar juntos. Son de diferente extracción social, están casados con otros, son del mismo sexo, apareció la epidemia, llegó la guerra.
Es el amor de los ayeres.


El amor imposible puede ser una cuestión de circunstancias.
Como Jay Gatsby y Daisy Buchanan; simplemente, no era el momento.
El instante se escapa como se termina la tarde. Y será la noche quien haga olvidar el esplendor perdido, aquel donde lo imposible pareció posible.


En la tradición rosa de la literatura, el amor imposible ha sido la pasta base.
Toda telenovela que se precie completa nos presenta a dos personajes que se enamoran y no podrán estar juntos hasta el capítulo mil quinientos.
Se vive, sobre todo, en el romanticismo hispanoamericano, caliente, visceral, reacio a pasar de moda.


Es allí donde triunfan esas historias, el mismo universo donde las ondas de radio cantaban incesantemente aquello de "amor prohibido, murmuran por las calles, porque somos de distintas sociedades...".


Las historias de amor imposible nos hablan de gente muy sentida, que se aman a lo largo de los años, desafiando al mundo, vendiendo hasta su propia dignidad.
Inasequibles al desaliento, no pierden el tiempo ni se entregan al olvido. Dedican toda la vida para poder estar cerca del otro, respirar su aroma, adorar hasta sus fealdades y vivir, vivir, vivir hasta la palabra FIN.


Así es el amor.
Follar esta noche, desayunar juntos mañana, tener tantos hijos como para formar un equipo de fútbol y pudrirnos de pura felicidad.


Mirarnos en el último momento, supervivientes de nosotros mismos, y saber entonces que no hubo otra manera de contar nuestra historia.
Vencimos al mundo cruel, somos buenos, mi vida. Ahora cállate, estoy viendo el film.


El amor es la codicia del bien, la desesperación por la paz. Lo que todos quieren tener, aunque digan que no quieran.
Cuando no es posible, grita el pálpito, se enfurece el capricho e irrumpe la obsesión.


Unos pocos luchan como seres de novela. La mayoría pierden y se entregan a la melancolía y la amargura.


Mientras el mundo cruel se ríe ante su última tropelía, el imposible enamorado se bebe otro trago y se caga en Dios.
Esa noche, cerrará las cortinas y llorará con alguna serie de médicos. El amor sucumbió ante la timidez, la distancia o la incomunicación.
La oportunidad se escapó entre los dedos y, sin principio, no hubo palabra FIN.


Simplemente, no era el momento.

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