Friday, November 11, 2011

Volver A Casa


El faro indica el camino, pero los pies andan solos. Es una cuestión sentimental y, por tanto, hay que darse prisa.


Volver a casa es ese sentimiento que nos convierte en pobres perros, a la búsqueda de nuestro terruño, allí donde meamos, allí donde quisimos quedarnos para siempre.
Los seres humanos lo entienden como su residencia, su refugio, el lugar donde murieron sus padres, el hogar donde nacieron sus hijos.


La vida es volver a casa y abandonarla; como si lo que más amamos, deba también perderse.
Por un rato o durante años, para ir a trabajar o como el modo de huir, el sendero se cuenta de ida y se sueña de vuelta.


Lloran las historias que muchos no pudieron regresar.
Los que fueron a la guerra, los que se perdieron en el espacio, los que murieron en el camino, con las estrellas como míseros faros que únicamente alumbraban la lejanía. Todos ellos se durmieron pensando en casa.


La calle, el olor, la mamá, el ruido conocido, el pijama, el calor, la posibilidad de conciliar el sueño, la verdad de que no somos mucho más de lo que fuimos.


Se inventaron los transportes para traernos y llevarnos, para recorrer el mundo y ser capaces de retornar y contar lo que vimos.
Se hicieron las comunicaciones para aligerar la espera. Ya he llegado, estoy bien, nadie me ha engañado, te echo de menos, no sé cuándo volveré.


Es la última necesidad. Lo primero que dijo el extraterrestre perdido cuando pudo hablar fue simplemente: "Mi casa, teléfono".
El alien estaba encantado de conocer un nuevo mundo y toparse con amigos entrañables, pero sabía donde pertenecía, ese hogar que lo llamaría a voces sin necesidad de gritos.


Hasta muchos que escapan de residencias nocivas y países de mierda, jamás se sienten en ningún otro sitio como en casa.
Se confiesan extraños en tierras extrañas, sin madre, sin mirada, vagando por senderos que no llevan a casa, sino que alejan más de ella.


La esperanza queda en la oscuridad.
Los secuestrados y los cautivos miran los delgados hilos de luz que se cuelan en sus celdas.
Y exponen su cara a ese débil calor, recuerdo de hogar y promesa de libertad, nunca tan unidos como entonces.


¿Y qué será de los solitarios? Los que se fueron por propia voluntad, escapando para encontrarse, perdiéndose para no poder volver.
Los solitarios, como yo, no queremos regresar. O no sabemos cómo hacerlo.


Miro desde la distancia las ventanas azotadas de vaho, hogar y familia. Camino solo y me comprendo mejor lejos de donde nací.
Desperado
, como cantaría Linda Ronstadt.


Tal vez, no ha terminado mi camino de ida y resta seguir andando.
En conjeturas y posibilidades, escribo, me pierdo y me encuentro. Si lo pienso dos veces, no estoy lejos de casa. Vivo en ella.


El hogar no tiene porqué ser cuestión de realidades físicas, ni personas determinadas, ni pasados definitorios.
El hogar empieza donde está el corazón. Y, para mí, hoy se encuentra en estas líneas.
Mi infalible refugio, el lugar que querría ver en pie tras la guerra, a salvo del fuego, al final de todos los caminos.

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