Friday, October 21, 2011

Carta De Un Desconocido


Somos desconocidos. No nos hemos visto nunca, pero escribo para ti todos los días. Y tú me lees. O eso dices.
Nuestros padres nos advirtieron que nunca nos acercáramos a los desconocidos, ni les diéramos conversación, ni creyéramos sus promesas.
Pero tú y yo, forasteros, lejanos, nos necesitamos. Dos seres, a la búsqueda de una conexión urgente y extraña.


Los desconocidos son todos aquellos que pasan por la calle a tu lado y no te saludan porque no tienen ningún motivo para hacerlo.
Sólo comparten el oxígeno de la atmósfera contigo. Y eso nunca implicó ni conversación ni simpatía.


Caminar por la ciudad es andar entre ellos.
Puede que alguno te resulte especialmente atractivo, otro quizá te recuerde al pasado. Al que camina delante desearás matarlo para que se apresure o te deje pasar.
A todos los olvidarás.


No te acerques a los desconocidos, dijeron. Pero la vida consiste en acercarse a ellos, una y otra vez.


Romper la barrera, conocer al otro.
Él será el que te dará trabajo, el que te venderá lo que necesitas, el que te ayude de la manera más inesperada.
También podrá ser tu nuevo amigo, tu amor definitivo, tu polvo de esa noche.


O, en el peor de los casos, el desconocido traerá la desgracia que te tienen reservada el tiempo y el destino.
Ese será el que te haga daño, el que te persiga o el que acabe con tus días sobre la Tierra.


Decía Blanche Dubois que siempre había confiado en la bondad de los extraños.
Para las putas y los locos, es su modo de sobrevivir. Deben pensar que habrá un buen samaritano ahí fuera que los recoja de fangos y otras miserias.
De extraños, se vive y se muere.


Cuando un hombre sin nombre llega a una aldea, lo llaman forastero.
Los aldeanos se asomarán desde sus ventanas y lo escudriñarán, suspicaces, temerosos. Quieren que se vaya o que se quede para siempre.
Da igual. Su sola llegada lo cambiará todo.


Tú y yo apagamos las luces, intentamos dormir y entonces lo sabemos: nadie se conoce demasiado en este mundo.
Somos seres en plena oscuridad, tanteando en un instante, retrocediendo al siguiente.
Entre la fe y la desconfianza, íntimos desconocidos, nunca y siempre.


No nos conocemos ni lo haremos nunca, y aún así, damos el salto de fe.
Porque nuestra necesidad de amor es más grande que las reglas de la prudencia.


Tú, que me lees, prefieres pensar que soy bueno y sensible. Que tendríamos una agradable conversación en una cafetería. Que estoy destinado a ser tu amigo.
Y lo sabes, lo sientes, sin haberme visto ni oído en tu vida.
Mi bello extraño, mi querida desconocida, yo también confío en ti. Al menos, en que has leído todas las palabras de este artículo y has sentido algo.


Somos iguales. En aquella oscuridad, tanteando hoy, retrocediendo ayer.

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